Mi olor en Suan Denda


Nota nº2 a la niña que fui:

¿Recuerdas la última vez que le diste un beso a una señora que no sabías quién era ni te importaba solo porque aita o ama te obligaron aunque tú dijeses que no querías? Porque es lo correcto para no ofender, para no ser una maleducada. Quizá sean pequeñas tonterías como esas las culpables, pero en algún momento perderás esa capacidad de decir que no. Será entonces cuando aceptes planes que no te apetezcan por miedo a que te dejen de llamar, cuando metas horas extra en tu trabajo sabiendo que no las cobrarás por temor a que te despidan, cuando vuelvas a dar besos que no quieres dar. Por haber olvidado cómo se decía que no. Porque para agradar al resto de la gente y ser aceptada has dicho demasiadas veces que sí.

Que le den, reinita. Que le den a poner la mejilla, que es hora de que el beso nos lo demos a nosotras. Decir que no a otras personas a veces es decirte que sí a ti. Grábalo en tu cabeza de pelo azabache. Hay algo mejor que ser obedientes. Y es ser libres.

Texto perteneciente al libro «Mi olor antes del perfume» (A Fortiori, 2022).

Cuando era niña, sentarse de piernas cruzadas era sentarse a lo indio, y hacerlo en círculo, hacerlo al corro de las patatas. Ayer volví a ser un poco cría también, leyendo entre libros rescatados del contenedor de reciclaje, escuchando a mi cómplice Gasti, viendo pintar al agitador cultural @martin_duende, y pensando que a ratos vivo en un recreo en el que juego a ser yo misma, con otras personas que me siguen la corriente y echan el arte a botar por el patio.

Millones de gracias Suan Denda por creer en la cultura de un modo tan honesto, por hacernos un hueco entre todas tus baldas de páginas escritas. Y gracias, infinitas gracias, todas las caritas preciosas por la fiesta sorpresa improvisada, por el cariño en estampida.

Y a ti, Gasti, por enseñarme nuevas formas de llamar al parchís. Y de nombrarme. Por ser con quien iría al fin del mundo a crear una Atlántida sólo nuestra

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