Podría mirarte durante horas hasta ser capaz de calcular con total exactitud el grosor del hueso de tu clavícula izquierda. Los rotos de mis pantalones son una mirilla a la espera de que tus manos les dibujen pasillos. Tus abrazos abarcan cicatrices y le sacan la lengua a mis desastres. Cuando no sé por qué me rio, me chivas los motivos. Eres infinitamente guapo dejándote ser tú mismo y ojalá me permitieras a mí ser el “demasiado” de todos tus excesos. Ojalá el humo de tu cigarro sobrevolara siempre mi cerveza. Soy un póker de heridas en juego que te espera al final de la escalera de color para decirte que le gustas con las tuyas puestas.
Fragmento de la carta «Para ahorrar laberintos» que da título al libro.