Querida chica del vestido azul:
Te he visto bajar la cabeza. Ha sido solo un momento. Ibas al baño y al atravesar un grupo de hombres uno de ellos te ha gritado “chati”. Chati. Cinco letras, sin tildes ni respeto. Con solo una palabra y tres risas te han encogido. Como una cría que cruza una plaza esperando que no le den con el balón. Te han reducido a otras cinco letras: carne.
No es la primera vez que te pasa, ¿verdad? Puede que alguna vez un repartidor de comida se haya quedado tu número para mandarte un WhatsApp después. Quizá un vecino te haya silbado al verte tender la ropa, o en el trabajo te hayas sentido incómoda por alguien que en lugar de mirarte te escaneaba. Son cosas normales, a todas nos ha pasado algo similar. Y lo peor es que hemos pensado justo eso, son cosas normales. Grave es que un vídeo sexual que grabaste para ti hace años se difunda entre tus compañeros de oficina. Que se rían viéndote desnuda, que comenten tu intimidad a la hora del café como quien habla de fútbol, y que después de que todo el país se entere, un torero les defienda. Porque lo que han hecho cualquiera lo haría, enseñar a tus amigos cómo se mueve una chati que trabaja contigo.
Chica del vestido azul, has agachado la cabeza al pasar, y yo, que te he visto desde el fondo del bar, te pido que no lo vuelvas a hacer. Porque los verdaderos hombres, señor asesino de animales, tienen conciencia y corazón. Y las mujeres, amiga de azul, nos merecemos respeto y dignidad siempre. Nos merecemos ir al baño en paz. Porque somos mucho más que chatis, que carne, mucho más que cinco letras. Somos todos los abecedarios que están por venir.
Con cariño,
La chica de la chaqueta rosa